A medida que la vida nos pasa a veces incluso por encima, intentamos aprender de nuestros errores para no volver a cometerlos, todos sabemos o al menos deberíamos saber que ese es el mejor curso de aprendizaje del mundo habido y por haber.
Somos quizás solo una imagen de lo vivido, sufrido y escuchado; nuestras acciones se suelen basar en sutiles imitaciones de lo que observamos en los demás para que una vez expuestos delante de un espejo nos regale el reflejo de lo que realmente deseamos.
Y seguimos en zona de aprendizaje, posiblemente a lo largo de nuestra basta y a veces distendida vida hasta el mismísimo día de nuestra propia muerte.
Somos lo que comemos, dicen unos; somos lo que pensamos, dicen otros... pero comamos o pensemos, lo cierto es que nuestras ideas evolucionan o al menos deberíamos tener la mente abierta para que esto suceda, ya que el cambio en toda vida, en todo pensamiento, es el fruto de la razón que nos ocupa, que nos presenta e inunda nuestros sentidos y que nos convierte en humanos alejándonos de ser obtusos e incompetentes.
Muchos filósofos, esos poetas de la prosa que a menudo nos inundan con sus conclusiones bien maduradas, nos animan a que pongamos en marcha el complejo mecanismo de nuestras mentes y le demos rienda suelta a nuestros sentimientos, a lo que esperamos de la vida, a lo que deseamos transmitir a nuestros hijos y nietos para que estos empleen mejor su tiempo en su paso por la vida, para que sean mejores que nosotros en todos los aspectos; más inteligentes, más humanos en definitiva.
De repente, un sábado por la noche encendemos la TV y vemos a Eduardo Inda salpicando de sangre nuestro intelecto y todo se desvanece... nuestra fe en los humanos decrece, se marchita e intentamos entender como es posible que semejante individuo entre en nuestros hogares desde el interior de esa caja tonta que todos poseemos.
Quizás esa caja, con tanta tecnología de leds, plasmas y Lcds, al volverse más fina se ha vuelto aún más tonta... quien sabe... pero es lo que la gente digiere con o sin permiso, la que inunda nuestros hogares desde el más pobre al más rico, y llega desde el más joven al más viejo, corrompiendo lo aprendido, desbocando la sensatez y asaltando el alma de nuestra cordura debilitada sesión tras sesión, programa tras programa.
Quizás no seamos demasiado viejos para cambiar, cambiar esa TV por sentarse en una piedra al borde de un cruce para elegir el camino correcto. Quizás no sea aún demasiado tarde, es posible que estemos a tiempo de cambiar de hábitos y recordar el maravilloso mundo del pensamiento propio, de elegir lo que pensamos por nosotros mismos y dejar a un lado a los que nos quieren lavar el cerebro a un precio demasiado alto: nosotros mismos.
Juan Hernández
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